Desde que gané una mención en el primer
concurso que participé, allá por el 2003, descubrí que la escritura era algo en
lo que podía ser buena y que realmente disfrutaba creando mundos, personajes y
situaciones no solo para mí misma sino también para otras personas. De cierta
forma, escribir es para mí como un escape a mi realidad, no solo por las
razones que todos conocemos, sino porque al escribir puedo hablarle a cualquier
persona de casi cualquier cosa, sin que mi personalidad introvertida y mi
característica timidez lo impida. Puedo llegar a cualquiera, algo que no podría
hacer con mi propia voz.
Y así cómo desde mis escasos once años he escrito por mi cuenta, sin que me lo pidiera una maestra o profesor, también he participado de muchos concursos. Sin embargo, la «suerte del principiante» no me sonrió nuevamente, lo cual es bastante entendible, pues alguien solo puede hacer algo por primera vez una vez. Visto en retrospectiva, más que mis cuentos, el problema era los concursos que elegía; ningún concurso que encontraba tenía un tema en el que yo quisiera escribir y la mayoría de ellos tenían una amplitud exagerada (llegué a entrar en un concurso donde los límites de edad estipulados eran desde doce años en adelante, algo completamente descabellado, pues es bastante absurdo creer que un niño de doce años puede competir contra gente de cuarenta, cincuenta u ochenta años). Por lo que es claro que la mayoría de mis cuentos estaban escritos sin mucha gracia, pues no me interesaban los temas, y por supuesto, competían contra personas que tenían una mayor experiencia que la mía. Sin embargo, seguí haciéndolo, al menos durante los primeros cinco años de mi carrera práctica (llamaré así a los primeros años de experimentación, donde aprendí a escribir por mí misma y a ver qué era lo que funcionaba para mí de la escritura).
Y así cómo desde mis escasos once años he escrito por mi cuenta, sin que me lo pidiera una maestra o profesor, también he participado de muchos concursos. Sin embargo, la «suerte del principiante» no me sonrió nuevamente, lo cual es bastante entendible, pues alguien solo puede hacer algo por primera vez una vez. Visto en retrospectiva, más que mis cuentos, el problema era los concursos que elegía; ningún concurso que encontraba tenía un tema en el que yo quisiera escribir y la mayoría de ellos tenían una amplitud exagerada (llegué a entrar en un concurso donde los límites de edad estipulados eran desde doce años en adelante, algo completamente descabellado, pues es bastante absurdo creer que un niño de doce años puede competir contra gente de cuarenta, cincuenta u ochenta años). Por lo que es claro que la mayoría de mis cuentos estaban escritos sin mucha gracia, pues no me interesaban los temas, y por supuesto, competían contra personas que tenían una mayor experiencia que la mía. Sin embargo, seguí haciéndolo, al menos durante los primeros cinco años de mi carrera práctica (llamaré así a los primeros años de experimentación, donde aprendí a escribir por mí misma y a ver qué era lo que funcionaba para mí de la escritura).